Es importante que,
además de examinar cómo se defiende un persona con trastorno límite,
pensemos, como colofón, de qué se defiende, qué es aquello tan temeroso y
peligroso que el sujeto tiene que intentar alejar de sí.
Aunque ya lo hemos
repetido y es sabido, la angustia básica del paciente borderline es el
miedo al abandono. La falta de constancia de objeto, la dificultad de
guardar dentro de sí la imagen afectiva de las personas y sentirse
acompañado por ellas aun en caso de su ausencia física, hace que
cualquier estímulo pueda convertirse en potencialmente peligroso y sea,
real o ficticiamente, motivo de alejamiento por parte del otro. Para
evitar este alejamiento, pone en marcha una larga lista de maniobras,
inconscientes unas, preconscientes otras y totalmente conscientes el
resto, que intentan paliar estos peligros.
Con las variadas parejas
sexuales que a veces tienen no buscan satisfacer el plano sexual, sino
ser abrazado/a, ser tocado/a. De la misma forma la necesidad imperiosa
de intimar con cualquier persona, de contar enseguida sus cosas habla de
este hambre de afecto tan voraz. Debido a que sólo les importa la
función que cumple el objeto y no el objeto mismo, pueden cambiarlo
fácilmente en cuanto hayan conseguido otro que cumpla la misma función
que el anterior. Su lema podría ser “más vale mal acompañado que solo”.
La falta de autenticidad
y de sentimiento de identidad (o difusión de la identidad) es otro de
los síntomas básicos del que el sujeto necesita defenderse para afrontar
la vida de una manera más operativa. El asumir distintas personalidades
según el caso, la inconstancia en sus actividades con el fin de
contentar a todos y, a veces, el acudir a actos autolesivos, ponen
control a este displacer.
Los sentimientos de
vacío también forman parte del cortejo de sentimientos que amenazan con
aniquilar al paciente borderline. La lista de conductas puestas en
marcha para llenar este hueco sin fondo, este agujero negro o esta falta
básica (Balint, 1968) pueden ser infinitas: acudir al abuso de
sustancias psicoactivas, la inconstancia en sus actividades, la
dependencia voraz de alguien que le llene (cosa que jamás consigue), las
autolesiones (cortes, quemaduras) o intentos suicidas, las conductas de
búsqueda de sensaciones o los trastornos del control de los impulsos
(cleptomanía, juego patológico o sobreingesta compulsiva) pueden
utilizados para rellenar el vacío, obviamente sin éxito.
Es lógico que no todos
los sujetos borderline tienen por qué poner en marcha todos los
procedimientos que aquí hemos descrito. Aunque, como señalamos al
principio, predominan los mecanismos primitivos (de corte psicótico o
pseudo-psicótico, como escisión, negación, proyección o identificación
proyectiva), también pueden observarse otros mecanismos más avanzados,
como la intelectualizacióno la represión. Una pista que nos puede ayudar
para identificar ante qué grupo de estrategias defensivas estamos
consiste en poner atención en la interacción con el paciente. Los
mecanismos avanzados normalmente no interfieren en la relación
paciente-terapeuta ni, me atrevería a decir, en la relación del paciente
con las personas que le rodean. Los mecanismos primitivos pueden
observarse directamente ya sea en el contenido del discurso del paciente
(contradicciones, adjetivos muy positivos hacia el terapeuta, o muy
negativos) como en el comportamiento (reacciones de angustia, muestras
de desprecio, provocación, exigencias de atención y afecto).
Con todo esto esperamos
haber arrojado un punto de luz o al menos de sistematización de los
mecanismos de defensa que puede poner en funcionamiento un paciente
límite. Pero, al hilo de esto, no podemos olvidarnos de que estas
personas, a no ser que su grado de afectación sea muy grande y sea un
paciente grave (en esto, como en todo, hay niveles de gravedad), pueden
funcionar de manera muy normal cuando sus comportamientos TLP no son
desencadenados, cuando no se enfrentan a situaciones aterradoras para
ellos. En muchos momentos no parecen tener un trastorno. Cuando no están
dominados por sus intensas emociones no necesitan acudir a sus
estrategias de afrontamiento disfuncionales porque poseen el control de
sus vidas.
Asimismo, las
estrategias de afrontamiento pueden ir haciéndose cada vez más eficaces,
los descontroles emocionales menos frecuentes y menos intensos, las
situaciones ansiógenas menos atemorizantes, si el paciente se pone en
manos de profesionales que le guíen en su camino hacia el crecimiento y
el control y el mejor rendimiento de sus capacidades y habilidades.
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